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Diario democrático

Por qué la identidad de Portugal es su famosísimo azulejo

Desde Lisboa hasta Oporto, los azulejos definen la arquitectura y la historia de Portugal

Recorrer Portugal es atravesar un mosaico gigante de historia, arte y luz. Las fachadas de sus iglesias, palacios y casas no solo decoran; cuentan historias, guían la mirada y, en muchos casos, educan. Ese poder proviene de un elemento que se ha convertido en símbolo de la identidad portuguesa: el azulejo. Este arte, que combina tradición morisca, innovación flamenca y un ingenio único, distingue a Portugal de cualquier otro país europeo.

Desde paneles policromos que llenan paredes enteras hasta motivos figurativos que narran escenas bíblicas, los azulejos portugueses no son meras baldosas: son un lenguaje propio que comunica, decora y estructura el espacio arquitectónico.

De influencias moriscas a la creatividad portuguesa

El uso de azulejos en Portugal se popularizó a principios del siglo XVI, adoptando técnicas morisco-hispanas como la cuerda seca y el aresta, llegadas desde Sevilla y Toledo. La estética de aquellos primeros paneles, caracterizada por el horror vacui, buscaba llenar cada rincón de la superficie con color y motivos, un estilo que pronto se integró en la arquitectura portuguesa.

La producción de los azulejos comenzó a consolidarse en Lisboa durante la segunda mitad del siglo XVI, impulsada por la llegada de artesanos flamencos que aportaron conocimientos y nuevas técnicas. Ejemplo emblemático es el panel Nossa Senhora da Vida, originalmente en la Iglesia de Santo André. Compuesto por 1.498 azulejos, con trompe l’oeil y un retablo de tres partes, combina color, narrativa y arquitectura. La luz que entraba por la ventana central del templo subrayaba simbólicamente la llegada de la Paloma del Espíritu Santo, demostrando cómo el azulejo portugués se fusiona con el espacio que ocupa.

Panel Nossa Senhora da Vida, Museo do Azulejo, Lisboa

Este enfoque de arquitectura y mensaje unidos distingue la producción portuguesa de la de otras regiones, mostrando que los azulejos no son solo ornamentales, sino parte de un lenguaje visual pensado para impactar y educar.

Siglo XVII: el azulejo como identidad nacional

El XVII marcó la consolidación del azulejo como símbolo de Portugal. Durante esta época, los paneles monumentales se convirtieron en la norma, especialmente en iglesias y edificios de la nobleza. Los azulejos se aplicaban en revestimientos totales, combinando módulos de 2×2, 4×4 o incluso 12×12, creando alfombras y frisos que estructuraban el espacio.

Palacio da Fronteira, Lisboa

Los colores predominantes eran el azul, verde y amarillo, con variantes en azul sobre blanco, y los motivos iban desde composiciones geométricas hasta diseños figurativos que narraban historias religiosas o escenas de la vida cotidiana. La creatividad de los pintores portugueses se refleja en motivos únicos, inspirados en textiles, cuero o metalistería, que daban a cada obra un carácter exclusivo e inconfundible.

Figuración, ornamento y función catecista

Más allá de su valor estético, los azulejos portugueses tenían un propósito funcional y didáctico. La Iglesia y la nobleza comisionaban paneles figurativos para comunicar mensajes religiosos o sociales, utilizando la ornamentación como vehículo de enseñanza. Esta combinación de decoración y narrativa hizo del azulejo un elemento central en la arquitectura portuguesa, un arte capaz de transformar cualquier espacio en una experiencia visual y cultural completa.

Estación de São Bento, Oporto

Hoy, pasear por Lisboa, Oporto o Sintra es entender que los azulejos son mucho más que baldosas: son testigos de la historia, guardianes de la identidad y expresión de un arte que ha hecho de Portugal un país reconocible a primera vista. Cada pared, cada panel, es un recordatorio de que el azulejo no es solo un adorno: es el alma del país.

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